lunes, 20 de julio de 2009

Texto de Ludmila, ilustrado por Mariano Lucano


¿Cómo te fue con “La Brasilerita”? Era la pregunta que le quería hacer a él. Pero no podía porque él está en Brasil, en la misma ciudad de la Brasilerita, para un congreso.
La conocimos porque era una amiga de una amiga de él. Era preciosa y lo sabía. Era una perra, y no lo admitía. Perra y preciosa son dos cosas distintas, que juntas son como fuegos artificiales. Lo se porque yo soy una de sus posibles combinaciones. Por eso, cuando la conocimos sentí la competencia y la dejé que tire de la piolita, esperando en algún momento poder hacerle ver, a ella, que yo no quería competir con ella. Pero ella no lo entendía y cambiaba su actitud sensual respecto a él cuando yo aparecía. La cortaba, no la tenía conmigo.
La invité a casa y por supuesto nunca vino.
Las mujeres entre nosotras tendemos a la competencia. Yo no compito. Soy otra “cosa”. En relación a ella yo compito con él. Com-pito. Con-pito. Soy una ridícula.
Después, como ella había venido a estudiar algo relacionado con mi profesión, él le ofreció mi ayuda. Con ese ofrecimiento constaté que se maileaban y me dio celos. Igualmente acepte gustosa (¿cómo no hacerlo?).
Ella, primero me pidió que le hiciera el recuperatorio de un parcial mientras ella estaba en Córdoba de vacaciones. No accedí, pero la ayudé un poquito. Tal desfachatez adolescente casi me indignó. Esa indignación aumentó hasta llegar al enojo cuando ella, con su inocente perrez llegó a llamarme por teléfono porque le dolía una uña. Quedé/tomé el rol de madre sin tener hijos.
Mientras, él probablemente se la garcha en Brasil, donde nos íbamos a ir de vacaciones juntos antes de que nos robaran el auto y haya que ahorrar para comprar uno nuevo.
Acá estaba yo ahora, leyendo un mail de ella en el que me confirma que están en la misma ciudad y al mismo tiempo. Un mail en el que casi parece que me está avisando.
Pasé parte de la noche en vela pensando en dónde estaban puestos mis celos, qué era lo que me daba celos. No podía creer que él no estuviese caliente con ella. Yo estaba caliente con ella. ¿Cómo no estarlo? Una brasilera hermosa de no más de 25 años, boca carnosa y un culo perfecto. Su piel oscura y la sensualidad inocentona de la juventud.
Yo estaba celosa de él, porque él sí iba a tener la posibilidad de estar con ella. Ella era un trofeo que yo quería para mi vitrina imaginaria.
Antes de que él se fuera a Brasil le había dicho que estaba celosa porque él iba a estar en la casa de ella allá en Brasil y yo no. El se rió y me dijo que ella tenía novio. ¿Y qué me pregunto yo ahora? Mi amor por él no cambia si él está con ella. Mi amor por él de algún modo aumenta si él está con ella y después de eso me elige a mí.
Compito con él porque en este mismo momento me maldigo por no poder estar con otro. He tratado, pero no puedo, me termina dando asco.
Quería que cojan, solivianté el encuentro cada vez que hablé o me mailié con ella. Me debatía entre pensar en todo eso y que eso era verdad, o entre que eso que pensaba era la manera de justificar que estaba celosa de ella. Creía que yo no creía en la monogamia.
Decidí irme a dormir. Mañana sería otro día. Mañana llegaba él, pero mañana yo no iba a estar porque había quedado ir a pasar el día a la quinta de unos amigos. Mejor.
Cuando volvió a Buenos Aires yo estaba en la quinta. Volví a la noche tarde a nuestra casa, él se había levantado hacía un ratito de la siesta. Estaba dormido, cansado y contento. Me contó todo lo que hizo y lo bien que le fue en el congreso. En ninguna parte de su relato aparecía “La Brasilerita”. No aguanté la intriga y le pregunté. Se rió mucho de mi pregunta y me contestó que él ni sabía que ella estaba en San Pablo, que no se vieron.
Nunca sabré la verdad, pero si aprendí y recuerdo con un sabor amargo el no saber si el Trofeo quedó en “casa”, es decir en nosotros.

2 comentarios:

laquincenasanjavier dijo...

Me encantó...

Max dijo...

no osea sos una capa no hay otra palabra que la mejor.