miércoles, 17 de junio de 2009

María Baylac ilustra a Adrián Haidukowski


Vestirse es un arte y nadie mejor que ella para entenderlo. Es un día cualquiera o tal vez no, tal vez es el día más importante de la vida. Vestirse es un arte y nadie mejor que ella para entenderlo.

Desnuda a contraluz, delante de enormes placares blancos que hacen de su forma un perfecto sueño. Sus pechos redondos señalan la ropa que va a usar. Hay tanta y de tantos colores pero solo ella sabe que corresponde al día más importante de la vida.

Olerse la axila para comprobar que no es necesario bañarse. La bombacha del día anterior no molesta. Le da más realidad a todo. Es negra, diminuta, con cintas que aprietan la cintura, y hacen de la cola una manzana dulce, de piel brillosa. Una camiseta negra sin mangas es la base para comenzar, a partir de ahí las elecciones están dadas.

Ella ya sabe que va a usar, ella sabe como va a lucirse. Sabe a dónde va. Podría preguntarle pero arruinaría el momento. Con que ella sepa es suficiente. Vestirse es un arte y nadie la interpreta mejor.

Una calza de estreno, una calza de encaje comprada en un negocio de alta costura. Dicen que es la nueva moda pero como no sé nada de moda no podría asegurarlo. Primero una pierna… el sonido de la tela al rozar con la piel es parecido al de una caricia. Y la calza sube despacio por la pierna derecha, muy despacio. Después la izquierda. Debajo se transluce la bombacha negra, ahora más escondida y perfecta. En mi mirada libidinosa la mirada de millones de hombres que amamos su personalidad.

Por primera vez el espejo es protagonista. El espejo muestra lo que hace falta mostrar, el maldito espejo que es fiel en su mirada. Que no miente. Que no ama.

Observar de un lado y de otro, la calza ajustada sostiene muslos carnosos, de un lado y del otro, la elección sigue su curso.

Afuera hace mucho frío, los días más fríos del año según el diario. Afuera la gente camina sin gracia, en silencio, esperando que algo les ocurra. A muchos ella será lo mejor que les pase en el día. A mí es lo mejor que me pasa desde hace dos años y medio. No sé cuánto más me pasará. Ella no está contenta conmigo y tiene razón. Yo no soy bueno para vestirme.

El negro es la elección obvia para los días fríos, sin embargo cuando ella se viste de negro no es lo mismo que cuando los demás lo hacemos. En ella el negro recorta una figura de esfinge, y cuando camina el negro queda marcado en los ojos de todos.

Arriba de la calza, sobre la camiseta negra sin mangas, sobre su axila olorosa, un pulóver largo con cuello alto. No sé como llamarlo, no sé si es un vestido u otra cosa. De todas maneras, es ideal para el día, para el día que viene. Uno más o el más importante.

Otra vez el espejo le sonríe, odio al espejo por muchas razones, lo odio porque ella lo mira fijo y se observa feliz, lo odio porque ella no me mira, no me mira más como solía mirarme. Y aunque no sea culpa del espejo, lo odio.

Medias marrones que no se ven porque arriba van botas. Primero toma de un estante un par de botas grises, cortas, se las pone y suena el teléfono. No es un buen momento par el teléfono. Es para mí, pero yo estoy concentrado en otra cosa así que le digo que llamo más tarde. Ella sube ofuscada, sabe que la observo pero no sabe por qué. La observo porque me gusta así como está, tan ideal, tan buena, tan comible.

Pero la botas no son correctas, no, no, no. Yo creí que eran perfectas pero no. No son las correctas. Mejor unas negras, para mantener la homogeneidad de la situación. Si hasta imagino los titulares de mañana: Diez hombres infartados por mujer vestida de negro que caminaba despreocupada.

Y entonces cambiarse las botas.  Primera sacarse las grises… y en ese pequeño acto de quitarse las botas toda la sensualidad de una verdadera fiera salvaje. Puedo ver sus calzas, llego a ver la bombacha oscura entre las piernas… y a pesar de que ya la vi, de que ya la vi desnuda, de que ya vi todo, ese pequeño movimiento me excita más, mucho, demasiado.

Podría decirle algo, decirle mil cosas, pero no soy bueno hablando. Ella lo sabe y no lo soporta. Mi silencio lastima. Mi necesidad de silencio lastima. Puedo observar una pared y reflexionar sobre el mundo. Pero mi silencio lastima sino está encauzado. Y no estoy encauzado.

Ella ya tiene puestas las botas, está lista para la calle, para el mundo. Su oscuridad es mentirosa, brilla como nadie. Una campera gris solo para abrigar un poco. Pero es un detalle que podrá quitarse en el lugar correcto.

¿A dónde va? Ella sabe, es suficiente. Ella sabe todo. Yo me quedo con su recuerdo, con el aroma, con su cuerpo. Podría masturbarme pensando en ella, es lo que hago desde hace mucho. Solo pienso en ella, en lo bueno y en lo malo, en lo real y lo profundo, en cada detalle de nuestras vidas y mi cerebro me hace pensar. De vez en cuando lo hace. Y pienso, pienso tanto que ella se escapa. Una vez más se escapa. Le digo que me gusta verla vestirse, ella quiere sonreír, le gusta lo que le digo, pero está enojada y tiene que demostrarlo. Su mirada dice: estoy enojada con vos. Dice mil cosas más que ya me dijo antes. Que ahora no importan porque yo disfruto observándola, disfruto escuchando sus pasos bajando las escaleras, disfruto el sonido de la puerta abrirse y cerrarse. Podría quedarme en estado alfa esperando que vuelva.  Para disfrutar el sonido de la puerta abriéndose, de sus pasos subiendo las escaleras, de su voz preguntando si estoy. Sí, estoy, acá estoy. ¿Y qué estás haciendo? Va a preguntarme después, nada, voy a decir yo con mi tono depresivo, nada, no hago nada. Y digo eso porque me da un poco de vergüenza decir que te estaba esperando, que estuve haciendo eso todo el día, esperando tu llamado, esperando tu cuerpo, esperando que sea el momento de sacarte toda la ropa que te pusiste, solo para observarte. Porque me gusta mirarte, me encanta observarte en todos lados, me encanta observarte durmiendo aunque corra la mirada cuando te despertas. Mi cerebro se queda como vacío, está como vacío, pensando cosas que no van a pasar, pensando cosas que no pasaron y por qué no pasaron, y mirándote a vos, que sos presente, sos realidad y futuro, puedo darme ese lujo cuando estás a mi lado.

2 comentarios:

trixia dijo...

Excelente

Gabrielle dijo...

Y desvertirse también es un arte o una de esas oportunidades que ya no nos podemos dar el lujo de perder cuando a cierta edad, nos siguen desvistiendo.