miércoles, 1 de abril de 2009

Baby Trash ilustrada por Mariano Lucano


Y seguía doliendo. El dolor subía desde la entrepierna hasta el esófago. Cuando me duele esa región del cuerpo, ahora reconozco la angustia en su plenitud. Antes le ponía otros nombres. La disfrazaba con los ovarios, la panza, el ombligo, cualquier cosa. Pero la corporeidad de mis miembros se transforma en la nada misma cuando de mi ser angustiado se trata.
Hube de explicar. Quise explicarle a mi escritor de qué se trataba la tristeza del ser. Él creyó ser el único poseedor de semejante estandarte. No mi escriba, yo soy la mujer más triste de la historia de la humanidad. Angustia, entristecimiento, melancolía crónica. Sin embargo, lucho contra todas ellas. Pero luego sé que todo es una mentira. Nunca voy a abandonar mis trajes de la ansiedad disfrazada de tristeza. Mis venas están repletas de sangre sin sangre.
Mi escritor –sí, estás poseído por mi posesión, no sos un escritor cualquiera, sos el mío- había dejado todo su ser en mí. Y yo, sentada sobre su espalda, derramaba mi crema de rosas sobre su piel. Y se dejó acariciar. Todo, más fuerte, menos intenso. Se entregaba a mi rigor femenino. Y mientras, preguntaba. Extraño varón, que al erguirse para la cotidianeidad de la vida, se transformaba en un ser abyecto, serio y distante. Pero cuando lo tenía acostado sobre mis sábanas me increpaba por poseer algo de mi amor y reclamaba por mi cerebro. Él osaba creer que yo ya se lo había ofrendado. Ay escriba, jamás lo entregué. Y no serás vos quien se haga poseedor de mi trofeo. Hube de entregártelo, pero te lo quité a tiempo, cuando me conminaste a la prudencia.
Untaba su piel con el líquido rosa y le hablaba de los hombres de mi vida. La genealogía del desamor. Algunos más que otros. Pero con la misma justicia para pertenecer a esa lista. Le confesé que de algunos me había enamorado. Y en ese mismo instante, dio vuelta su cabeza de pelo enrulado, y desde ahí abajo me preguntó –casi me obligó- si él era uno de ellos. ¿Por qué todos quieren ser mi único amor? Mis amados son cuando ya no lo son. Recién ahí puedo entregarles la categoría de hombre que amé. Sin embargo, soy la misma imagen turbia de la mentira. Les hago creer que son el último varón que podría hacerme feliz. Como ese, ninguno. Y mientras le repetía como un mantra que él solito había desconfiado de mi eterno femenino, lo rozaba con las puntas de mi pelo. Te doy pero te quito. Quiero enloquecer tu psiquis, cooptar tu mente. Pero te quiero afuera de mi casa en este mismo instante.
Y así, con las palabras que transpiraban propiedad, mientras él me demandaba que yo le había regalado mi cabeza, me senté encima de él que ya se había acostado boca arriba, pero de espaldas a su cara. No lo quería mirar. Lo quise privar de mi persona. Y así me sacudí. De arriba hacia abajo. Hasta que el escriba no pudo aguantar más y eyaculó entre gemidos interminables.
Me quedé en penitencia unos segundos. Con mi nuca frente a sus ojos.
Y lo mejor, es que en ningún momento sentí culpa. La culpa de Julian en su casa. El otro hombre que me poseía –aunque este me dominaba bastante más- permanecía entre sus paredes sin siquiera sospechar que yo me dividía en varias partes. Con uno sólo no puedo. Mi voracidad es feroz. Quiero mucho, nada es suficiente para calmar mi hambre. Será tiempo de que me entere que ningún hombre nunca saciará mi sed de sangre. Cuanto más tengo, más quiero. Tragar y tragar. Despierta mi agujero. El agujero emocional, que se hace cada vez más negro. Quisiera taparlo, cubrirlo, llenarlo. Pero no puedo, no sé cómo. Y el dolor aumenta, crece y me come entera. No sé vivir de otro modo.

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